domingo, 27 de agosto de 2017

En correos

En correos
El ventilador giraba con su cansino ritmo atronador mientras ella, pensativa, sorbía lentamente su segunda taza de té. Tenía por delante una jornada laboral que ella reinventaba cada día. Cuando salía de su pequeño piso, amueblado en Ikea con ese sentido de provisionalidad que le otorgan ese tipo de decoración sueca, procuraba elegir un camino diferente cada día, al menos hasta que las probabilidades del itinerario desde su casa a la pequeña oficina de correos donde trabajaba se lo permitiese.
Soñaba con ser una gran actriz de Bolliwwod!! Algún dia tendría que ocurrir algo, forzosamente, apretaba sus dedos para sentir la realidad de lo que pensaba. Era un pensamiento que le acompañaba desde que era pequeña y se dedicaba a inventar las vidas de la gente que pasaba por delante de su balcón andaluz de barrotes verdes, que estaba casi a ras del suelo y le permitía ver sin apenas ser vista, de esos que sobresalen y que el peatón tiene que esquivar si no quiere darse un buen trompazo. Algo tenia que suceder que rompa el tedio de su vida diaria, algo asombroso, lo esperaba desde siempre, desde pequeña cuando se sentaba en el pupitre de madera del colegio de monjas y hacia como la que atendía esperando que la monja se cayera de la silla o se besara con el cura, pero nunca sucedía...... 
Rondaba ya los cincuenta cuando entró ese día en la pequeña oficina y ocupó el  espacio que desde hacia ya treinta años le era había sido asignado y ella decoró con la misma provisionalidad que su casa. 
Estaba atendiendo a la señora Ortiz, una deliciosa anciana que olía a una mezcla de tarta de manzana y lavanda, que iba todos los meses a poner un giro a su hija que llevaba tiempo en paro, cuando los vio aparecer por la entrada lateral del edificio. Eran altos, fuertes los imaginaba guapos pues sus rostros estaban cubiertos por pasamontañas que les daba un halo de intensa sensualidad. Se quedó perpelja, paralizada de asombro y fascinada por la escena, se imaginaba la protagonista de una película. de James Bond.
Los inspectores nunca llegaron a entender por que no se tiro al suelo cuando los encapuchados entraron, ni esa media sonrisa en su rostro cuando la bajaron de su pequeña silla de la ventanilla de su oficina, bajo el rotulo que iluminaba su rostro con el numero 48, como si estuviera dulcemente dormida en una gran sala de cines de Tres D, de esas que acababan de inaugurar en la esquina de su barrio y a la que le gustaba tanto ir la noches de los viernes.

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