lunes, 6 de junio de 2011

El Camaleón

Conocí una vez a un hombre camaleón. Era un ser solitario, que pasaba inadvertido entre sus compañeros de trabajo, se adaptaba a los cambios y situaciones muy fácilmente, parecía imperturbable; sin embargo, siempre estaba al acecho. Desde su rincón observaba, esperaba el momento más adecuado para actuar sin ser visto.
Tenía una enorme facilidad para amoldarse a las variaciones y su discurso cambiaba según su estado de ánimo, factores ambientales e incluso del rango que ocupaba entre sus congéneres –de ahí la similitud con el animal-.
Había decidido inventarse a sí mismo y percibía la realidad filtrándola y dejando entrar sólo lo que encajaba en su mundo. De esta forma tenía una existencia solitaria y enfermiza e intentaba ocultar su vacío interior, construyendo murallas que hacían impenetrables e inaccesibles cualquier intento de acceder a su ser, pues dentro de esas murallas ocultaba secretos vergonzosos que no permitía que salieran al exterior. De esta forma tenía una existencia gris, pues era el color en el que había decidido metamorfosearse durante la mayor parte de su tiempo.
Pero un día apareció una mariposa multicolor, tenía unas alas muy grandes que contenía los colores del arco iris, le pareció un ser maravilloso pues irradiaba una gran belleza. Las mariposas, como sabéis son seres que aman la belleza y la libertad pero son tremendamente frágiles y vulnerables, cualquier racha de viento pueden arrastrarlas y hacerlas desaparecer, cualquier camaleón con su alargada lengua pueden atraparlas y engullirlas en su interior...

Y esto es lo que sucedió en nuestro cuento de hoy:

Por casualidad, la mujer mariposa conoció al hombre camaleón que quedó fascinado por lo bien que se sentía cuando mutaba el color gris de su piel por los destellos multicolores de la mariposa. Desde hacía mucho tiempo, no se veía tan bien con la tonalidad de su cuerpo. Parecía tener más energía, más agilidad e incluso se sentía más joven desde que la mariposa apareció en su vida. Como, desde su invisible aspecto había estado observando durante mucho tiempo a las mariposas que revoloteaban a su alrededor sabía muy bien cuáles eran sus gustos y cómo hay que hablarles para persuadirlas y hacerlas sentir seres admirables, y a base de engaños convencerlas de que nadie como él para entenderlas y amarlas, y de esta forma hacía que estos seres maravillosos bailasen para él, agitasen sus alas para dar frescor a su vida y mantener el colorido multicolor de su piel.
De esta forma mantenía a las mariposas atrapadas con su enorme lengua que prometía un mundo mágico, irreal, que les hacía sentirse maravillosas e impedía con sus mentiras y engaños que conociesen la realidad: era incapaz de amar.
Pasó cierto tiempo viviendo a costa de la energía que la mariposa le proporcionaba cuando, de forma progresiva, iba observando que los colores de su piel se iban marchitando ¿qué estaba pasando?. La respuesta halló cuando – a través de sus miopes ojos saltones- vió que la mariposa ya no batía con tanta fuerzas sus alas y el arco iris que se pintaba en ellas no era tan intenso como el primer día que la conoció.
La mariposa no había parado de preguntarle que le contase su vida, sus misterios, sus historias prohibidas pues necesitaba amar no sólo su lado bueno sino el conjunto de su ser. Quería compartir con él su fealdad, sus heridas, sus miserias pero el camaleón tenía miedo de romper las murallas que había construido tan férreamente en torno a ellas, no era capaz de acceder a ese mundo que había aislado en su interior y que con tantas ganas había separado de su ser. Era un mundo del que había escapado y al que no quería volver y ello le había llevado a esa existencia miserable y gris que era su vida pero que justificaba y compensaba con engaños y mentiras.
La mariposa insistía y el camaleón cada vez inventaba más mentiras para prolongar todo lo posible el soplo de brisa que la mariposa le daba con el batir de sus alas. Llegó un día en que la mariposa, agotada, no podía volar, necesitaba recuperar su brillo, su vitalidad y pensó que era cuestión del ambiente ¡necesitaba respirar aire fresco, quizás si nos vamos a otro lugar pueda recuperar el colorido de mi cuerpo y de nuevo pueda volar!.
Pero el camaleón no quería cambiar de ambiente pues suponía dejar esa existencia a la que ya estaba adaptado y sabía que tarde o temprano la mariposa descubriría la verdad. Así que decidió alejarse de ella y buscar otra mariposa que radiante, le proporcionara durante un tiempo esa energía que necesitaba para seguir viviendo o mejor dicho para seguir creyendo que vivía.
La mariposa multicolor no entendía qué pasaba con el camaleón, ya no le contaba historias bonitas, ni le cantaba canciones, se mostraba tosco y arisco y le costaba trabajo encontrarlo pues ya no estaba en el lugar donde solían hallarse, hasta que un día lo vió: en el claro del bosque un ser extraño y desconocido que le era familiar estaba hablando con una mariposa dorada, que no paraba de revolotear sus alas a su alrededor. Cuando se acercó descubrió que era el camaleón que con una nueva tonalidad de su piel se encontraba rebosante de energía y contándole las mismas historias a la mariposa que sin cesar no paraba de batir sus alas y entonces con gran claridad descubrió la triste realidad del camaleón.
Al principio se enfureció, languideció e incluso pasó por momentos de letargia pues se llevó una gran decepción pero con el paso del tiempo fue recuperando el color y observó que ya no había un arco-iris en su cuerpo sino que sus alas habían adoptado una tonalidad más oscura pero que le daban un aspecto más sereno y hermoso y se dio cuenta de algo: su realidad era maravillosa, era un ser libre, con un enorme mundo interior y con capacidad de compartir sus heridas con las personas dispuestas a amarlas y aceptarlas. La mariposa ya no necesitaba que alguien le dijera lo que ella sabía: que era estupendo estar con ella. Comenzó una nueva etapa de su vida, más tranquila sin tantos altibajos y sabiendo lo que quería. A veces le gustaba sentarse en una flor cercana a un lago y recordar lo que había sucedido y cómo se había comportado, lo ingenua que había sido y entonces una sonrisa afloraba en sus labios, ella había aprendido y batía sus alas y seguía volando. Sonreía cuando, de nuevo el camaleón se le acercaba y lo veía gris, marrón, de color pardo hasta que un día se hizo invisible ¡el camaleón había desaparecido! ¡no!. Simplemente se había metamorfoseado de nuevo de un color neutro que le hacía invisible. La mariposa respiró y notó una brisa de frescor y una paz interior y fue entonces cuando supo que le había dicho adiós.

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